Viví y trabajé en Colombia hasta hace 15 años cuando conocí a mi esposo, un alemán maravilloso y por amor me vine a vivir al extranjero.
Mi vida cambió 180° y eso afectó dramáticamente mi autoestima y la visión de vida que deseaba. Por cuestiones económicas me vi obligada a permanecer en el extranjero por muchos años sin poder regresar a ver a mi familia, ni siquiera en momentos tan duros como cuando mi padre sufrió un infarto.
La nostalgia, el sentimiento de pérdida, el duelo, la dificultad para aprender el idioma y sobre todo la soledad no me permitieron disfrutar del cambio y aprovechar el potencial de ser migrante.
Solo cuando comprendí que yo era la responsable de lo que me estaba sucediendo y que sólo yo podía cambiar mis sentimientos frente a mi cotidianidad, logré salir adelante y aprovechar todo mi potencial para construirme una nueva vida más feliz en el extranjero al lado del hombre que amaba, formando una familia bicultural.